sábado, mayo 24, 2008

afiche



invitación

miércoles, mayo 21, 2008

Zürich, Switzerland.

Ella tenía un pequeño barco, los fines de semana recorríamos el Limmat, o íbamos a la parte superior de una iglesia, por una escalera caracol. Un pasillo ascendente de piedra en el cual entra casi solamente una persona a la vez y al llegar se ve la ciudad entera al borde del río. Las iglesias tienen torres muy altas en punta, picos de colores pronunciados hacia el cielo. Yo trabajaba en una tienda de vinilos, frente al hotel que administra un amigo, una cuadra con librerías, porno shops, una tienda de ropa plástica y bares gay. Era verano, llovía mucho y por los alpes el agua corría con una fuerza incontenible, estaban cubiertos de vegetación. Ya no leíamos, escuchábamos música y escribíamos en computadoras separadas, a veces usaba la de ella, eran parecidas.

Venezia, Italia.

Vendimos una casa y decidimos vivir una primavera en Venecia. Alquilamos un departamento sobre uno de los canales de agua y compramos una góndola, yo remaba mientras la miraba tomar sol. Por la tarde caminábamos por los corredores muy angostos que unen el interior de las manzanas. Yo solía ir a misa, sólo para comulgar, no entendía el italiano. Ella coleccionaba máscaras y reía por mis actos religiosos, era atea practicante.

Lobos, Argentina.

Durante un invierno vivimos en Lobos. Debía arreglar algunas situaciones y trabajé en el hotel familiar durante unos meses. Ella no quería hacer nada y pasaba mucho tiempo en la cama. Empezó a pedirme cocaína y acepté, como hubiera aceptado cualquier otra cosa. Tenía amantes, y me hablaba de eso. Yo intentaba seguir con la vida de todos los días, pero estaba a la deriva en una marea de sinceridad, celos, apoyo, y cinismo. Por las noches mirábamos películas tomando café, con titas o rodhesias, al envoltorio amarillo y rojo de las titas lo enrollábamos para tomar y con el papel metalizado cerrábamos las bolsas. Algunas noches, no quería ir a casa, me quedaba dando vueltas en auto por un pueblo vacío, a las nueve y media de la noche.

Arequipa, Perú.

Ella trabajaba en una juguetería, a dos cuadras de la facultad donde estudiábamos. Yo iba a buscarla a la salida, o al mediodía, y tomábamos un helado en el patio de la facultad. Durante todo el primer mes de ese otoño no hubo ni una nube. Ella pedía crema del cielo, o menta, todo el helado entero de un solo gusto y usaba pantalones rosa, con borceguíes, o unas zapatillas blancas con rojo, y por las noches minifaldas. La mayor parte del tiempo la besaba o la escuchaba hablar. Me ponía sobrenombres, cosas que quedaban en mi cabeza durante el resto de los días.

domingo, mayo 04, 2008